lunes 8 de junio de 2009
Caso Arcesio Bermúdez
La “guacha” asesina de Colombia
El 4 de julio de 1969 es una fecha trágica para la historia de la ufología. En la cordillera andina, en las proximidades del pueblo de Anolaima, a 60 kilómetros de Bogotá (Colombia), un campesino llamado Arcesio Bermúdez, entonces con 54 años, tuvo un encuentro mortal con lo desconocido.
El granjero vivía con sus familiares en sus hacienda (en el distrito de Tocarema), situado en un terrero dificultoso con frondosa vegetación. En aquel entonces no había energía eléctrica en la región. Estamos hablando de un pueblo en la Colombia profunda, con sus costumbres rurales y unos mitos ancestrales procedentes de los antiguos indios muíscas aún arraigados en el inconsciente colectivo de la población rural.
Hacia las 20:30 horas, durante una reunión familiar en una de las haciendas de la región, dos niños, Mauricio Ganecco y Enrique Osorio –de trece y doce años respectivamente- estaban jugando cuando se percataron de algo extraño en el cielo: era una luz oscilante entre amarillo y naranja, a unos 300 metros de distancia. La noche estaba estrellada y la temperatura no superaba los 17 grados centígrados, según los registros meteorológicos de la época.
Los niños alertaron de aquella inusual aparición celeste llamando a los ocupantes de la finca.
-¡Hay una luz rara en el cielo!- gritaban a parientes y amigos que había ido a pasar un fin de semana prolongado en el campo.
Poco después siete adultos y seis niños acudieron al lugar donde estaban Mauricio y Enrique. Boquiabiertos, aun tratando de digerir la carne asada, vieron que la luz se movía de este a oeste. A Mauricio se le ocurrió enfocar su linterna hacia la luz, imitando la clave morse. En ese preciso momento el objeto luminoso se lanzó hacia la casa con gran celeridad ante el asombro general.
Rosa Ortiz, la tía de los niños les grito:
-¡Apaga la linterna Mauricio, la cosa se nos viene encima!
Tan solo cuando el muchacho paró de señalar fue cuando el objeto se detuvo entre los árboles de un cerro, a unos 60 metros de la finca. El padre de uno de los niños, Arcesio Bermúdez, estaba dispuesto a desvelar aquel misterio. Temerario agarró la linterna y se encaminó a paso firme hacia el cerro para investigar en fenómeno.
Cuando el granjero se acercó, vio un objeto de forma oval, con una altura aproximada de dos metros y color amarillo-anaranjado. Tenía dos patas de color azul luminoso y verde en la parte inferior. Además estaba circundada por un aro de luz mucho más brillante que el resto del aparato. Situado entre los árboles, el ovni permaneció de cinco a diez segundos, sin emitir ruido alguno.
Arcesio se acercó a menos de siete metros de distancia del objeto. En su interior y en su parte superior y transparente vio con claridad a una pequeña “persona”. De la cintura para arriba parecía una persona normal, pero su parte inferior semejaba a una letra “A” mayúscula que brillaba con alguna intensidad. Todo esto ocurrió cuando enfocó con el haz de luz de la linterna el objeto que, en seguida, se iluminó por completo y desapareció volando. Arcesio volvió aterrado junto a los suyos y, balbuceando, narró lo que había visto.
Cinco minutos más tarde, los trece presentes pudieron ver otro objeto, o tal vez el mismo, de color rojo que pasaba a una altura de cien metros. Se dirigía a Bogotá, manteniendo una velocidad lenta y uniforme.
Las 48 horas siguientes fueron terribles para el granjero: tenía baja temperatura corporal, falta de apetito y le surgieron unas manchas azules y oscuras en la piel. Además había sangre en sus heces. Al cabo de una semana, viendo que su estado de salud requería cuidados médicos, sus familiares lo llevaron a un hospital de Bogotá. Los médicos que le examinaron le diagnosticaron gastroenteritis aguda. A las 11:45 horas Arcesio Bermúdez fallecía en el hospital.
En Colombia la gastroenteritis es la tercera enfermedad que más muertes provoca y, por esta razón, los médicos dieron carpetazo al caso sin ahondar más y sin hacerle una autopsia.
Recientemente el ufólogo británico Alan Murdie decidió reabrir el caso. Viajó a Colombia y, en la hemeroteca de la Biblioteca Central de Bogotá, encontró un artículo publicado en el diario “El Tiempo” del 16 de julio de 1969, donde ya se planteaba la hipótesis ufológica para la muerte de Arcesio.
Murdie entrevistó en el pueblo de Tocarema a un vecino que se llamaba Primitivo Moneada, un septagenario que nació y se crió en Anolaima. En su opinión, las apariciones de extrañas luces en la región no eran ninguna novedad.
-Aquí las llamamos “guachas” y la gente del campo cree que son almas en pena- le dijo Moneada al británico.
Y había un dato importante y novedoso: aquella u otra “guacha” había vuelto al mismo sitio la semana posterior al incidente en la finca de los Bermúdez. Según contaron los campesinos, la granja se había construido sobre un terreno donde había estado el templo de un jefe indígena. Según reza la leyenda, el cacique construyó su altar y enterró su tesoro allí. La luz era señal de que allí había oro enterrado.
Colombia también alberga historias sobre apariciones de luces fantasmales asociadas a riquezas enterradas, generalmente custodiadas por los espíritus de los antiguos habitantes, casi siempre indígenas o esclavos africanos.
Pero había más elementos extraños situados en una zona nebulosa, entre la leyenda y la realidad. Una de las más importantes civilizaciones prehispánicas de Colombia, los chibchas, narraron a los cronistas una extraña leyenda: la del “niño de oro”. Los sacerdotes indígenas lo mantenían escondido en las cuevas de Furatena para librarlo de la codicia de los españoles.
Según la misma leyenda, aún se oye llorar por los vericuetos de aquellas montañas y los vecinos se persignan y comienzan a rezar. El “niño” para de llorar al amanecer. Dicen que con su llanto desconcierta a los buscadores de fortuna, pero si un “guaquero” (ladrón de piezas arqueológicas) consigue atraparlo y le traza una cruz en la frente, pronunciando las palabras rituales del bautismo católico, el niño se transforma en “tunjo” (objeto precolombino) de oro.
Otras apariciones como las de la Madremonte, la Patasola, el Hojarasquín y la Tarasca, ocupan su puesto en la región de los seres intermedios entre los seres de la luz y los subterráneos.
En Colombia también existían entidades llamadas mohanes –o mejor mojanes-, mencionados por cronistas como Cieza de León y Fernández de Oviedo, que los registran como espíritus de los ríos y lagunas. Eran guardianes de tesoros y otras riquezas ancestrales. En la laguna de Ubaque, un moján se dejó engañar: un cura español supo fingir exactamente la voz de un genio de la laguna; el anonadado guardián se distrajo ante la visita inesperada y así el listo sacerdote se apoderó de las riquezas del cacique…
Pero había más elementos misteriosos en la muerte de Arcesio. El meticuloso Murdie entrevistó al médico Alfredo Rodríguez de Varranquiera.
“Todos mis esfuerzos por acceder a los archivos sobre el caso se toparon con obstáculos burocráticos. Parece las autoridades médicas no quieren colaborar. Pero el rasgo más peculiar en la enfermedad de Bermúdez era la baja temperatura corporal. La muerte por hipotermia en el mes de julio es muy rara en Colombia” dijo el médico a Murdie.
El mencionado sobrino de la víctima, Gustavo Bermúdez, estaba harto de visitas de ufólogos e investigadores: desde 1969 los miembros de la familia han recibido colombianos y gente de otros países. Algunos decían venir de parte de la NASA. El más sospechoso de todos era un francés, aparentemente bien informado, cuya identidad y credenciales resultaban ser falsas completamente.
Pero Murdie descubriría algo que lo dejaría estupefacto:
Cinco años después de la muerte de Arcesio, los agentes del servicio funeral del cementerio principal de Bogotá acudieron a su tumba para retirar los restos mortales y trasladarlos a un osario. Sin embargo, y para sorpresa de los funcionarios, la tumba se encontraba completamente vacía. Algunos rumores señalan que el cuerpo fue trasladado a Estados Unidos o Francia.
No deja de ser curioso que en los años 70 se personaron en Araçariguama (Brasil) unos franceses que exhumaron el cuerpo –y se lo llevaron- de otra víctima de una luz extraña, Joao Prestes Filho, fallecido en 1947.
La rareza del caso Arcesio Bermúdez llevó a los doctores Luis E. Martínez García (también hipnólogo) y José Barreto, psicólogo, a hipnotizar a cinco de los niños que vieron el ovni en 1969. Cada uno de ellos dibujó el objeto por separado y después se hicieron las comparaciones encontrando similitud en los rasgos básicos. Al día siguiente de la sesión hipnótica los doctores llevaron las ropas de los niños, el reloj y la linterna de Bermúdez al Instituto de Asuntos Nucleares de Colombia. Allí los especialistas los examinaron sin encontrar residuos radioactivos ni actividad neutrónica en ellos.
Pero había un dato importante que corroboraría lo que los niños y adultos vieron. El investigador John Simon recogió una grabación realizada en el aeropuerto de Bogotá el 4 de julio de 1969 –la fecha de aparición del ovni- en la que un piloto preguntaba si había un helicóptero sobre Anolaima, porque estaba en contacto con una luz amarillenta, la misma que habría contestado con luces intermitentes cuando el avión encendió por un momento sus luces de aterrizaje. La torre de control no tenía conocimiento de ningún otro avión o helicóptero que estuviese sobrevolando la zona.
Fuente: “Las luces de la muerte”; Pablo Villarrubia Mauso
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